
Un día estaba pegándole calcomanías en su
puerta, cuando lo vi llegar en un taxi, estaba como enguayabado, tenía una
camiseta de Ramones y gafas oscuras; yo me quede mirándolo como anonadado, ¡no
sabía que hacer! Él se quedó mirándome las manos llenas de stikers y me pillo,
vio que yo era el loco que llenaba su puerta de estúpidos corazones, se sonrió
pícaramente, arranco el corazón que yo había acabado de pegar en su puerta y me
lo entrego rasgado, yo no sabía que pensar… Pase varias semanas encerrado en
casa de la abuela para que él no me viera, yo siendo un infante inmaduro sufría
sin poderle dar conclusión a todo eso que estaba sintiendo. Cuando llegue de donde
la abuela a mi casa, vi un camión de mudanzas al frente, él estaba ahí, sudado,
apresurado, concentrado y yo ahí, sin poder entender como siempre esas cosas de
mayores.
Él finalmente se fue, el tiempo paso, yo
crecí, me interese por otras personas y hasta creí haber olvidado aquel
muchacho que siempre supe quién era pero no como se llamaba, queme las cartas
ridículas que había escrito, decidí ya siendo un adolescente rebelde borrarlo
de mi cabeza porque simplemente de me daba la reverenda gana… Pero aunque yo
quise haberle dado fin a esta historia, el destino no.
Habían pasado 9 años, era 24 de Diciembre y
yo estaba como de costumbre en el Jingle Bell Rock Party, había un chico
mirándome fijamente hacia un buen rato y yo continuaba bailando solo en la
pista de baile, el seguía mirándome y no le importaba que nuestras miradas se
cruzaran de vez en cuando, no me quitaba la mirada de encima; yo ya no quería
que me mirara más, así que me le acerque y le dije que mirara a otro más raro,
él me dijo que sentía que me había visto en alguna parte pero no fue muy
concreto, me invito a una cerveza como para calmarme un poco y me seguía
mirando fijamente. La noche se nos pasó hablando maricadas de la vida, me hacía
trucos de magia que salían perfectos para mi estado de ebriedad y hasta me
lanzo fuego por la boca como para sorprenderme. Ya era el amanecer, habíamos
tenido una noche perfecta pero aun no sabíamos ni de nombres, ni de edades, ni
de procedencias; yo solo sabía que él era un mago tirador de fuego interesante
y el de mí, que era un chico solitario bailarín que había visto en algún
momento de su vida.
Llego el momento en que decidimos
presentarnos, le causo mucha gracia mi apodo “Dante Miserias”, el como para que
yo le creyera todo, me mostro su cedula, y efectivamente era modelo 82, leí su
nombre y su estatura detenidamente, Juan David Villa 1.78 cm, mire la foto
fijamente y me encontré con que era el,
el que me hacía madrugar cuando era
niño, que era él el que había sacado mis sentimiento más puros y sinceros, el
que había sido mi inspiración y mi dolor. Obviamente le recordé lo de los
corazones en la puerta, él se reía mientras recordaba y me decía que mis ojos
no eran fáciles de olvidar; nos besamos apreciando el amanecer, recordamos,
aclaramos, vivimos y al final nos despedimos, él me dijo que quería mi contacto
para que siguiéramos hablando, pero yo le dije que tal vez era momento de darle
fin a esa historia tan larga, él me dijo que su corazón sentía cosas raras,
pero yo en un vil acto de venganza, lo deje ahí parado solo, mirándome perplejo
e inentendible, así como él una vez rasgo mis corazones de papel, yo hoy
rasgaba desde lo más profundo y con todas las fuerzas de mi alma, su corazón
para ver si al fin entendía la fuerza del amor.